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La tienda de Pedro Luis

  • Foto del escritor: Yarhen Franco
    Yarhen Franco
  • 18 sept 2017
  • 4 Min. de lectura

Llegar a la Tienda de Pedro Luis es llegar al lugar que uno nunca conoció, nunca visitó pero que se siente como si hubiese vivido allí toda su vida. La Tienda de Pedro Luis, ubicada en El Retiro - Antioquia es la casa de todo visitante, un lugar dentro de la cuna de la Libertad.

La Tienda

Entrar al lugar donde las paredes son tan pobres, hechas en bahareque, el mismo que necesita inspección cada cierto tiempo. La magia sí existe en esas paredes tan pobres pero a la vez tan millonarias por la cantidad de billetes de toda clase y de cualquier país, dinero que forra las paredes con más de 45 años de construcción. Pero no solo estas millonarias paredes de bahareque son ricas por los 100 pesos oro, 100 dólares, 50 euros, 10 mil pesos, etcétera. Estos cuatro muros son multimillonarios por la cantidad de recuerdos que hay, por las de frases que poseen cada uno de estos billetes que aún conservan su olor a dinero, a guardado. La significancia de frases como “simple pero no con simpleza”, “te amaré toda la vida”, “Sara, Camilo, Martín ¡los amo!”, estas y muchas frases más hacen que las paredes de bahareque de la Tienda de Pedro Luis tengan mucho más valor.

Entro y me siento, pido una Club Colombia Dorada, como siempre lo hacía cuando iba a este lugar, me siento en una silla de cuero forrada en papeles y plasmados en ellos cantidades de ceros, veo una mesa donde las monedas y los billetes son perceptibles y alegra el alma ver las dedicatorias, ver dibujados sobre los billetes los corazones flechados y los nombres de personas que pasaron por acá, se tomaron unos aguardientes, quizás unas copas de vino y dejaron huella en alguno de los espacios en blanco, aquellos difíciles de encontrar en las paredes de boñiga.

Por primera vez

Lo primero que hice cuando entré fue tomar una foto, jamás había visto tanto dinero junto, ese dinero que después de tantos años tomaba un mismo tono de color, ver que la luz del día no opacaba los colores tierra de la tienda sino que los iluminaba, y hacía un gran contraste con el oscuro del interior y la calidez del exterior. Ese olor a objetos guardados, el olor a colbón de madera me cautivaron e hicieron que me sentara a preguntar por el lugar y también, a pensar, pensar en todo lo que había pasado, en todo lo que había dicho y en todo lo que dejé de decir, yo también lo hice, pegué una moneda de 500 pesos, pero de las nuevecitas y escribí, escribí la fecha para no olvidar, para siempre recordar que tu lugar y el mío están donde ambos podamos sonreír. Salí de ese lugar y me prometí que iba a volver, que iba a regresar pero con algo mucho más especial, con un motivo más dulce que solo coincidencia… regresaría con el sujeto que le dio sentido.

Llevé a ese que se convirtió más que un sustantivo al lugar donde la magia sí existe. Pero no esa magia que cuentan hasta tres y sale un conejo blanco, no es esa en la que parten a la modelo en tres pedazos y aun así sigue sonriendo, y mucho menos esa en la que duermen a las personas y las hacen quedar como idiotas. Esta magia era tan cierta como la misma realidad, tan cierta como los 45 años de antigüedad de la Tienda. Él, mi motivo, no vio esa magia, no encontró esa chispa que iluminó mi rostro en el lugar y lo que este espacio representaba para mí, no vio que pegué una moneda solo para recordar quizás, hasta que las paredes se caigan o las tumben, que estuve ahí, que sonreí, que pensé en su sonrisa y escribí una fecha que jamás olvidaré, 12 de octubre del 2014.

La magia sí existe

Existe en el corazón de quien cree en ella. Aquellos que no creen en la magia, nunca la van a encontrar. Y no juzgo, la magia es relativa, te lleva, te trae, te sube y te baja pero cuando la sientes, de lo contrario son cosas tangibles, esas que tienen límites al tocarlas y que no se pueden expresar con una mirada o mejor aún, con una sonrisa. Ni siquiera bastó con que viera la moneda, por simple y pura casualidad decidió sentarse justo en frente de ella, y con esa gran muestra de que pensaba en su sonrisa, al ver la moneda ahí, no me recordó el sentimiento que despertaba en mi cuando lo veía sonreír.

Esa vez prometí que regresaría, pero ya no con el motivo de mis sonrisas, prometí que regresaría a sentir lo que quise haber sentido en su compañía y que simplemente no se pudo. Ahora siento paz, estoy feliz respirando el aroma a café de aquella cafetera plateada, estoy feliz viendo como la olla de las crispetas cada vez se pone más negra y sin importar el tizne que tiene la siguen utilizando, me complace ver cómo la balanza carga con el peso de los pesos pegados en ella, disfruto viendo las mujeres que van solas, aquellas que van con sus novios, con sus esposos y sus hijos, y por qué no, disfruto viendo aquellas que se hacen detrás de los baños, con el señor que es casado, vestido totalmente diferente a ella e impaciente por besarla.

Escuchando el ambiente de esta Tienda, las voces de Rocío Durcal y Juan Gabriel saliendo por los parlantes grandes y negros, de esos en los que escuchaba mi abuelo, esas voces amenizando mi noche con la canción, esa, la de la letra que dice “desde que nos conocemos te quiero y también te extraño”. Y no sé la razón pero no me atrevo a quitar la moneda, porque este lugar recibe a todo tipo de personas, incluyendo al motivo por el cual sonreí la primera vez que entré, a ese que por el cual también lloré la segunda vez que fui acompañada y aun así, la Tienda recibe ese motivo que me hace visitar este lugar, sentarme en la misma mesa, mirando siempre la moneda en la pared, con mi cerveza Club Colombia Dorada en la mano y brindando con don Álvaro, el hijo de Pedro Luis, brindamos por la vida, por El Retiro, esa tierra de oro, tierra de paz, tierra grata, brindamos por el color de la alegría, y por esos recuerdos que ayer fueron sonrisas inesperadas y que hoy son suspiros sin esperanza.


 
 
 
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Septiembre, 2017. © All Rights Reserved. Por Espacios, Medellín, Colombia.
Dir. yarhenfranco@gmail.com

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